Por: Rodrigo Beltrán, Presidente Bells Medios
Si bien es cierto que los medios de comunicación tradicionales, junto a las redes sociales son necesarios para mostrar los acontecimientos diarios en el mundo entero, también vale la pena preguntarse si realmente siguen siendo el cuarto poder que tanto nos enseñaron en la academia.
Debido a la decadencia de muchos gobiernos, la protesta, como forma de expresión es la única opción con la cual se puede llamar la atención; por eso se ha tomado las calles y viene cargada de mensajes que buscan eco en los medios de comunicación, escenario en el que siempre son publicadas para convertirlas en “imágenes taquilleras” coyunturales. Estas protestas representan intereses propios aumentan el rating y la lecturabilidad, hasta provocar el escándalo mediático, pero no trascienden para buscar una verdadera solución a la problemática de pueblos enteros.
Si contamos los paros recientes de taxistas y de profesores, solo vemos los registros de los bloqueos y las marchas, pero ya no son los medios de comunicación los que presionan para que se obtengan soluciones definitivas o siguen la noticia hasta lograr el desenlace esperado. Sin ir más lejos, después de lo sucedido en Mocoa, y a pesar de las múltiples denuncias por redes sociales sobre las ayudas que no estaban siendo distribuidas como deberían ser, que el número de víctimas era mayor al declarado oficialmente por el gobierno, que la comida se estaba dañando, etc., pareciera que a todos se nos olvidó esta población y no se volvió a hablar más del tema.
Claro está, lo anterior es solo cuando son hechos generales, porque cuando se trata de personas se utilizan algunos medios, no solo para denunciar sino para señalar y enjuiciar si es del caso, así se pierde el respeto por las personas, por sus familias, poniendo en la palestra pública cosas que no vienen al caso, solo para burlarse o manchar el nombre de alguien más, como la reciente columna publicada en la Revista Semana, titulada ¨Mi voto es para Paloma¨ de Daniel Samper Ospina, en la que se burla de Paloma Valencia y del nombre de su bebé Amapola, haciendo alusión a las drogas. O el caso de la reconocida periodista de Caracol Radio, Darcy Quinn, quien a través de su Twitter, en el que cuenta con más de 8 mil seguidores, denunció con un vídeo (otra vez las imágenes taquilleras) a un ciudadano en Bogotá por maltrato a su mascota, colocando la dirección exacta de éste, lo que generó comentarios agresivos e intimidantes que atentaban contra la vida del propietario del perro.
Pero el afán de llevar información basada en testimonio visual de desórdenes públicos (pedreas, encapuchados, gases lacrimógenos, tanques en las calles, ciudadanos derramando sangre, otros corriendo sin rumbo, policías afectados, explosiones, etc.) y no profundizar en la denuncia y el análisis, en la responsabilidad de los gobiernos y sectores comprometidos para la búsqueda de soluciones concretas, también se hace notorio en el caso de la crisis que vive Venezuela. Aquí se corre con el peligro que todas estas “imágenes taquilleras” se vuelvan paisaje para el espectador y más grave aún, el pan de cada día para la opinión pública, para que finalmente los hechos que sin lugar a dudas son graves no hagan daño a nadie o afecten a los gobiernos y sus malas políticas, sino simplemente se utilice a la comunidad movilizada para cumplir con una denuncia periodística en la que la protesta adquiere perfiles de show de video de las angustias y la tragedia del ciudadano de a pie.
Debo aclarar que no estoy en contra del registro periodístico de las crisis sociales y las manifestaciones de comunidades enteras, pero el periodismo basado en “imágenes taquilleras” no puede convertirse en nubes de distracción, en aliado de los malos gobiernos y sus políticas equivocadas, cargadas en muchos casos de corrupción, ineficiencia o intereses partidistas.